jueves, 29 de julio de 2010

Yámanas o Yaganes

Al sur del estrecho de Magallanes y hasta el cabo de Hornos navegaban otros nómadas del mar, que en su lengua se autodenominaban Yámanas, lo cual significa "seres humanos". También se les conoce como Yaganes.
Incursionaban por los canales e islas llegando hasta las costas de Tierra del Fuego, donde trababan contacto con sus habitantes, los selk'nam. Sus embarcaciones también las construían de corteza de árbol, sobre todo roble. Tenían casi cinco metros de largo y uno de ancho en la parte central, y eran desplazadas por la mujer con un solo remo.
Debido a las condiciones de habitabilidad de las islas del sector, los yámanas pasaban más tiempo en tierra que los kaweshkar. Levantaban toldos cónicos con un armazón de ramas cubierto de pieles, cavando el piso interior para dejarlo a un nivel más bajo que el de la tierra, a fin de defenderse del frío y los vientos. Al medio de la vivienda mantenían una fogata siempre ardiendo. También cubrían su cuerpo con grasa de lobo marino, por lo que su vestimenta se reducía a una corta capa de pieles que les llegaba hasta la cintura. Las mujeres usaban un pequeño taparrabo del mismo material. Durante los meses nevosos, cuando estaban en tierra calzaban mocasines de piel.
Como todos los pueblos del sur, eran expertos fabricantes de cestos, que utilizaban para guardar sus pertenencias, alimentos y trasladar objetos.
Al igual que los kaweshkar, con quienes compartían muchas de sus costumbres y formas de vida, les gustaba llevar adornos, como collares hechos con cuentas de concha o con huesos; pulseras de cuero y diademas de plumas. Ellos no indicaban diferencias sociales, como en otros pueblos, pues al vivir tan aislados entre sí no reconocían más jefe que al padre.
La eventual varazón de una ballena en la playa les daba la ocasión para pasar varios días en la tierra firme. Entonces, construían chozas en forma de colmena, con armazón de ramas recubierto de pieles y pasto. Luego encendían una fogata, para avisar a otras familias y compartir la abundante comida que les regalaba la naturaleza. En esas reuniones los grupos familiares, que pasaban gran parte del año sin verse, se contaban sus historias y recordaban a los antepasados. Allí también aprovechaban de concertar rápidos matrimonios, pues los jóvenes no sabían cuándo volverían a encontrarse. Terminado el banquete, el novio se iba con el padre de la novia hasta que nacía el primer hijo. Cuando enfermaban o cuando la mujer estaba próxima a dar a luz, levantaban su simple choza en una isla por el tiempo que fuese necesario. Si el enfermo fallecía, dejaban en el lugar la armazón de ramas con un trozo de cuero negro flameando al viento, para señalar a sus congéneros que allí moraban los malos espíritus.
A pesar de ser grupos étnicos muy simples en sus tecnologías, kaweshkar y yámanas tenían una compleja creencia religiosa, pues adoraban a un ser supremo invisible, creador y ordenador de los hombres y la naturaleza. Los primeros le denominaban Cholass y los segundos, Watauinewa.
Además suponían que el espíritu de los muertos, cuyos cadáveres enterraban en el suelo de las chozas donde habían fallecido, se dirigía hacia una especie de paraíso, en el cual siempre brillaba el sol; allí iban también los espíritus de quienes morían por inmersión en las heladas aguas sureñas.
Con el correr del tiempo, la llegada de extranjeros (cazadores de lobos marinos, buscadores de oro y agricultores que se asentaron en el antiguo territorio yámana) alteró drásticamente sus modos de vida, su hábitat y sus costumbres. Hacia 1890, ya existía una colonia de más de 300 croatas en dichos parajes.