lunes, 18 de octubre de 2010

MAGALLANES: la primera expedición Europea en Chile

Hernando de Magallanes
Hernando de Magallanes fue el descubridor de la Patagonia, Tierra del Fuego y el estrecho que lleva su nombre. Partió del puerto de Sevilla en agosto de 1519, y durante los meses de invierno de 1520 detuvo sus naves en la bahía de San Julián, ubicada en la Patagonia argentina, cerca de los 49º 30' de latitud sur.
El cronista de la expedición, el Italiano Antonio de pigafetta, era natural de la ciudad de Venecia, donde bació a fines del siglo XV. Cuando tuvo noticia de la expedición que preparaba Magallanes, se procuró recomendaciones de la corte de Carlos V, a fin que le permitieran sumarse a los viajeros. Se embarcó en la nave Trinidad, al mando de Magallanes, y volvió a España en  1522, en la victoria, la que era capitaneada por Juan Sebastián Elcano. Tuvo la fortuna de ser uno de los diecisiete sobrevivientes de la expedición que regresaron habiendo dado la vuelta al mundo. Desde el principio del viaje, Pigafetta comenzó a escribir su Diario, único relato original de la travesía y testimonio de incalculable valor para la historia.
Seis años después del paso de Magallanes, por la misma región navegó la armada capitaneada por fray Juan García Jofré de Loaysa, que se dirigía a las islas Molucas, descubiertas por Magallanes, sin dejar mayores noticias de la zona.
Ninguna de estas expediciones anteriores venía con el propósito de descubrir el territorio de nuestro país.

LOS INICIOS DE LA CONQUISTA DE CHILE (1520-1560)

Debido a las falencias económicas de La corona, la conquista de América fue realizada por empresas privadas.
Los conquistadores, gente que buscaba ahínco mejorar su situación social, se lanzaron a recorrer un continente desconocido y también formar sus fortunas personales.
El documento mediante el cual Francisco Pizarro nombró a Pedro de Valdivia
como su teniente de gobernador no ha llegado hasta la actualidad. Se asegura
que el mismo Valdivia lo destruyó al ver que no era nombrado gobernador.

jueves, 7 de octubre de 2010

LOS MAPUCHE: Fiestas y juegos

Los mapuche eran muy aficionados a organizar reuniones familiares, a las que invitaban a amigos de otros linajes. En ellas cantaban y danzaban al son de los tambores, flautas y cascabeles. También hacían largos discursos, pues eran muy buenos oradores. El festejo se prolongaba varios días, hasta que consumían todos los alimentos y la chicha de maíz, frutilla u otros frutos silvestres.
Solían, además juntarse para competir en juegos de destreza física, como carreras y luchas cuerpo a cuerpo. El palín o chueca era el más popular entre los hombres; en ellos también tomaban parte las mujeres y niños, compartiendo comidas y bebidas a medida que los varones se alternaban en este juego, que podía durar varios días.

LOS MAPUCHE: La ceremonia de curación o "machitún"

Cuando alguien enfermaba, se recurría a un curandero llamado machi. En el siglo XVI por lo general este era un hombre que se vestía y actuaba como mujer. Se le atribuían poderes sobrenaturales, ya que podía, como todos los chamanes, comunicarse con los espíritus. Vivía en una ruca aislada que sobresalía de las demás por tener al frente un rehue o poste sagrado.
Al llegar a la ruca del enfermo, donde se hallaban expectantes los parientes, el machi colocaba hojas de canelo, el árbol sagrado mapuche, y las encendía, mientras cantaba y danzaba alrededor del paciente al son del cultrún o tambor sagrado, para invocar la ayuda de los pillanes bienhechores. Cuando la ruca estaba llena de humo, se arrodillaba sobre el paciente, clavando en su pecho un cuchillo. Hurgaba en el interior del cuerpo hasta extraer la causa del mal, representada por lagartijas o insectos, que mostraba a los parientes, asegurándoles haber descubierto al culpable de la enfermedad. Luego cerraba la herida sin que quedara rastro de ella y recetaba hierbas medicinales (boldo, bailahuén, laurel, culén y otras cien especies más). En realidad, el machi no "operaba" al paciente. Usando sus conocimientos de hipnotismo y prestidigitación, creaba un fenómeno de alucinación colectiva.
Si el paciente fallecía, su cadáver era ahumado a fin de velarlo durante varios días, en los cuales demostraban con gritos y lágrimas la tristeza que les provocaba su partida. Cuando ya su nombre no era pronunciado, lo enterraban vestido con sus mejores ropas, acompañado de cántaros con alimentos, chicha, adornos y armas, para que, ya transformado en pillán, protegiese desde el "más allá" a sus deudos. Por lo general los depositaban en el suelo, cubriendo el cuerpo con tierra.  Luego consultaban a un dunguve o adivino, para que identificase al culpable. Una vez individualizado, los parientes del muerto indicaban sus preparativos para vengar la ofensa recibida, tomando la justicia en sus manos. Si no recibían una compensación adecuada, atacaban al linaje del malhechor con el objeto de matar al culpable. Así, los grupos familiares mapuche mantenían rencillas que les impedían unirse para conformar un verdadero pueblo.

LOS MAPUCHE: La familia y las rucas

 La familia mapuche era poligínica; es decir, un hombre podía tener varias esposas al mismo tiempo. Como gran parte de los trabajos agrícolas, ganaderos, textiles, cerámicos y cesteros, además de las tareas domésticas, eran efectuados por las mujeres, para contraer matrimonio se debía compensar al padre de la novia con algunos bienes (animales o tejidos) por la pérdida de la mano de obra que este experimentaba. Por ello, solo los hombres de mayor edad tenían más esposas y eran considerados "ricos". Las mujeres se intercambiaban entre los linajes. De este modo se establecían alianzas para aminorar conflictos entre  ellos y ayudarse en tiempos de guerra.

Las rucas o habitaciones mapuche se construían con ayuda de los parientes a partir de un armazón de madera cubierto de juncos y otros materiales vegetales. Cada esposa disponía de una habitación independiente donde vivía con sus hijos, para quienes cocinaba en un fogón localizado en la esquina y cuyo humo salía por una abertura en el techo. La cantidad de puertas de una ruca, que podía alcanzar hasta veinte metros de largo, indicaba cuantas esposas tenía su dueño; este pernoctaba en el "departamento" de la mujer que le daba de comer.
Dormían sobre pieles colocadas en el suelo, cubiertos con una frazada y apoyando la cabeza en un tronco.
Los hijos varones casados permanecían viviendo junto al padre, levantando sus propias rucas cerca de la del progenitor. Cuando este fallecía, el vástago mayor heredaba todas las esposas, excepto la madre.

LOS MAPUCHE: Los grupos mapuche

El concepto de ser mapuche, no tenía para ellos la misma acepción que para nosotros, ya que, aunque todos se llamaran de la misma manera, no se sentían miembros de un pueblo. por el contrario, indicaba pertenecer a la tierra en que se había nacido. Por lo mismo, quienes venían al mundo en el valle del río Aconcagua no se identificaban con lo que lo hacían en el Mapocho, Maule, Itata, Biobío, Toltén o Chiloé. Así, a pesar de hablar una misma lengua, no constituían un pueblo en el sentido que lo entendemos nosotros. Carecían de historia, emblemas o símbolos comunes; cada linaje solo conservaba su propia tradición oral, que incluía los hechos más importantes en que habían participado ellos y sus jefes.
A esta peculiar forma de organización los antropólogos la llamaban "sociedad segmentada", para indicar que se trata de una serie de grupos de parentesco y territoriales que comparten costumbres sin tener una unidad política.
Se han realizado numerosos intentos por agrupar una sociedad tan heterogénea como la descrita, en conglomerados con costumbres más o menos similares. Así, se han hecho comunes los términos de picunche o "gente del note"; araucanos, para referirse a quienes habitaban entre los ríos Itata y Toltén, y huilliche o "gente del sur". Tales denominativos carecen de sentido, pues cualquier linaje llamaba picunche a sus vecinos del norte y huilliche a los del sur.
Araucanos eran solo los habitantes de la península de Arauco, como bien lo indica Alonso de Ercilla y zúñiga, autor de "La Araucana", poema épico en que se narran las mutuas hazañas de mapuche y españoles durante los primeros años de la conquista. Más apropiado parece diferenciar a la "tribu" mapuche de acuerdo con las características de sus sistemas agrícolas, pues ellos reflejan una determinada forma de uso y tenencia de la tierra, técnicas y formas de trabajo, reglas de matrimonio y densidad demográfica.
Entre los ríos La Ligua y Cachapoal se hallaban linajes mapuche que dependían de la irrigación artificial para cultivar maíz, porotos, choclos, quinua o ají, con aguas que corrían por pequeños canales alimentados por los ríos.
Al sur del Cachapoal y hasta el río Biobío se hallaban los mapuche con agricultura de secano, quienes aprovechaban las lluvias para regar sus sementeras. A este grupo pertenecían los mapuche costeros, quienes complementaban la siembra de productos similares a los anteriores con la pesca y extracción de mariscos y algas marinas. Estos se extendían por el litoral hasta la isla de Chiloé y disponían de canoas confeccionadas con troncos de árboles ahuecados con fuego.
Al sur del Biobío, los linajes mapuche existentes practicaban una agricultura de roza. Abrían claros en las selvas de coigües, robles, máñíos, laureles, canelos y peumos, entre otras especies, mediante el roce a fuego, a fin de disponer de espacios para los cultivos. Aquí a los alimentos ya mencionados agregaban la papa.
En este mismo sector se hallaban los mapuche canoeros, que habitaban algunas islas lacustres, como las del lago Ranco. Todos sabían navegar, ya que al sur del Biobío los ríos eran la única ruta de desplazamiento en los meses de lluvia.
El núcleo de cada una de estas estructuras sociales, conocida como tribu, era el linaje o conjunto de familias que descendían de un antepasado común, denominado pillán. Se suponía que este habitaba en lo alto de las montañas o volcanes, cuyas erupciones eran consideradas demostraciones de la ira provocada por la conducta de sus descendientes. Aunque no se le adoraba en templos, celebraban ceremonias en su honor, los nguillatún, en las que se solicitaban sus favores para obtener buenas cosechas o el término de las calamidades.
El jefe civil del linaje era el lonko (a quien por error se llama cacique, voz que las poblaciones caribeñas daban a sus autoridades), un hombre anciano que hacía de cabeza del grupo familiar. No tenía poderes para hacerse obedecer; su tarea se reducía a aconsejar y solucionar los conflictos entre parientes. También presidía las ceremonias en honor de los espíritus de los antepasados transformados en pillanes (fuerzas protectoras de los parientes vivos), contra la acción de otros espíritus malignos, los huecuves, causantes de desgracias, enfermedades y muertes.
Cada linaje poseía su propio territorio, delimitado con claridad y defendido con celo de la intromisión de otros mapuche vecinos. En el se localizaban las familias extendidas, conformadas por el padre y sus hijos varones casados, quienes continuaban viviendo juntos para defender el espacio en que sus esposas, provenientes de otros linajes, se encargaban de los cultivos.