miércoles, 29 de septiembre de 2010

LOS MAPUCHE: La sociedad más numerosa de Chile prehispano

A partir de un lugar situado entre los ríos La Ligua y Aconcagua, y hasta el sector norte de la isla de Chiloé, vivía en el siglo XVI el mayor conglomerado poblacional de Chile. Se trataba de más de un millón de personas que hablaban, con ligeras variaciones dialectales, el mapudungún. En dicha lengua se autodenominaban mapuche (sin s final, pues no poseían plural como el español), que significa "gente de la tierra".
Eran de estatura mediana (1.60 metro los hombres y 1.55 las mujeres) y cuerpos bien proporcionados. Tenían la cara redondeada y la frente estrecha; los ojos pequeños de color negro, al igual que el cabello. El cuerpo como el de la mayoría de los nativos americanos, carecía de vellosidades. Al compararlos con otros nativos de américa, los españoles los encontraron hermosos, en especial a las mujeres.

Agricultores Diaguitas

La región de los valles transversales, entre los ríos Copiapó  y Choapa, estaba habitada por pueblos llamados diaguitas, aunque entre ellos solo parecen existir similitudes en los modos de vida, ya que se dedicaban a la agricultura, ganadería y minería.
Cada valle poseía independencia política, y quizás tenía su propia lengua. Estaba dividido en dos secciones: la de arriba, hacia la cordillera, y la de abajo, hacia el mar, con sus respectivos jefes o señores, siendo el más importante el de la mitad de arriba, por cuanto podía controlar el acceso a los recursos hídricos. Este tipo de organización recibe el nombre de sociedad dual y pudo ser impuesta por los incas cuando los conquistaron, alrededor del 1470 d.c.
Sus cultivos, realizado en el fondo de los valles e irrigados por los canales artificiales, eran similares a los de los atacameños, aunque en Copiapó y Huasco sembraban algodón, con el cual confeccionaban camisones sin mangas para cubrir sus cuerpos. A veces los hacían de lana de llama, animal que posiblemente también fue introducido por los incas.
Su ganadería era trashumante; es decir, en verano la llevaban a pastar a la cordillera y en invierno a la costa, dónde proveían de peces, mariscos y cazaban animales marinos. Eran grandes comedores de perdices y guanacos.
Las aldeas eran pequeñas. Sus casas estaban hechas de ramas recubiertas con barro y el techo de paja. Debido a lo perecible del material,  hoy casi no hay rastros de ellas. Almacenaban maíz y otros alimentos en bodegas subterráneas, cuyas paredes cubrían con una gruesa capa de cerámica.
Se desconoce cuáles eran sus ideas religiosas, pero el cuidado que ponían al enterrar a sus muertos indica que pensaban en la existencia de una vida extraterrenal, y quizás en buenos y malos espíritus.
Los primeros diaguitas sepultaban los cadáveres en tumbas a escasa profundidad, rodeándolos de piedras por los cuatro costados. Al interior del rectángulo dejaban cántaros con alimentos y otras ofrendas. Después abrieron tumbas más profundas, protegiendo el cuerpo del difunto con losas de piedra colocadas en forma inclinada. Por último, lograron confeccionar verdaderos ataúdes  de piedra, acompañándolos de alimentos y diversos utensilios. Gracias a la buena preservación de los esqueletos, se sabe que eran altos, comparados con sus vecinos atacameños y mapuches. La estatura media de las mujeres era de 1,65 metro, y la de los hombres 1,70 metro. Los españoles registraron que los diaguitas tenían rostros bien parecidos y buena musculatura.
Eran expertos artesanos metalúrgicos, y a los adornos de oro y plata incorporaron piedras semipreciosas como turquesa y lapislázuli; pero, ante todo, destacaron en la confección de cerámica. Sus vasijas, decoradas con motivos geométricos en rojo, blanco, amarillo y negro, son las más hermosas del Chile prehispano, después de las de Arica, sobresaliendo algunas que, por su forma, se llaman jarropato. De los incas adoptaron el aríbalo, jarrón de cuello angosto y cuerpo ovalado que termina en punta.
Eran poco numerosos, por lo que la conquista inca, y luego la española, los exterminó en menos de 50 años. Esa es la razón del limitado conocimiento que existe sobre ellos.

Agricultores Atacameños


En los oasis de San Pedro de Atacama, a orillas del río Loa y en las quebradas cordilleranas vivió un pueblo agricultor, pastor y minero, denominado Atacameño por los españoles. Se desconoce cómo se llamaban a sí mismos, pues su idioma, el kunza, dejó de hablarse poco después de la conquista hispana.
En el fondo de los valles y en las terrazas construidas en laderas de cerros y quebradas, los atacameños cultivaban especies similares a las de Tarapacá. Recogían frutos de tamarugos y algarrobos; los enormes cactos les proveían de tunas y espinas que empleaban como agujas.
Sus aldeas estaban conformadas por casas de piedra con techos de paja. Tenían una sola habitación, donde cocinaban, comían y dormían. Todos sus habitantes estaban emparentados por vía paterna. constituían un ayllu o linaje, que poseía en común las tierras y animales. Su jefe o señor se distinguía porque portaba valiosos tejidos, adornos de metales preciosos y un tocado de plumas multicolores traídas desde las selvas tropicales. A él le correspondía repartir las tierras, asignando una superficie a cada familia nuclear de acuerdo al número de sus miembros; ejercía justicia, encabezaba el culto a los antepasados y las ceremonias religiosas, y designaba a los jefes guerreros. Todos los trabajos se realizaban en forma comunitaria.
La necesidad de aumentar las escasas tierras agrícolas era el principal motivo de guerra entre las aldeas. Por eso estaban protegidas por un muro defensivo, lo que les daba el aspecto de fortalezas (o pucara, como las llamaban los incas). Por esta misma razón, se levantaban en sitios poco aptos para la agricultura. Restos de ellas aún se conservan en Chiu-chiu, Lasana, Turi y Ayquina, entre otras (actual segunda región, al interior de Calama).
Los ayllu de San Pedro de Atacama, relacionados por vínculos de parentesco entre ellos, construyeron el pucara de Quitor, donde se guarecían durante los ataques enemigos. Enormes bodegas guardaban alimentos para varias semanas.
Vestían una especie de camisón hecho de lana. Los comunes eran del color natural de la piel de llamas o alpacas. Los finos tenían adornos con tinturas rojas, azules, verdes y amarillas. Las mujeres se ponían una faja en la cintura. Por las noches se abrigaban con ponchos y gorros, considerando que las temperaturas nocturnas precordilleranas del norte Chileno bajan de cero grado.
Creían en una vida extraterrenal, por lo que enterraban a sus muertos en tumbas subterráneas, envueltos en mantas y formando una especie de fardo. A su lado dejaban alimentos, armas, utensilios y adornos. La aridez del terreno muy pronto desecaba los cadáveres, convirtiéndolos en momias naturales.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Agricultores de Tarapacá

En la región altiplánica de Tarapacá, en pequeños poblados con casas de piedra y techos de coirón, vivían personas emparentadas con los aimara de Bolivia. Cultivaban papas, que conservaban deshidratadas con chuño en silos de piedra con forma de torres, que en su lengua se denominaban colcas.
Sus actividades más importantes eran de pastoriles. Mantenían enormes rebaños de llamas y alpacas que les proporcionaban lana para confeccionar sus vestimentas; carne, la que también almacenaban deshidratada (charqui), y guano, que usaban como fertilizante y combustible. Las llamas eran, además su medio de carga; les permitían transportar papas para intercambiarlas por otros alimentos y bienes en los valles más bajos o en la costa, ya que en la zona la producción se diferencia por la altura. De este modo, obtenían maíz, ají, pescado ahumado, y algas como el cochayuyo, que les proporcionaba yodo, con el cual evitaban enfermarse del bocio.
por ello no era raro, como ocurría desde muy antiguo, que los hombres guiaran caravanas de llamas, desplazándose de manera permanente entre la cordillera y el litoral. Las recuas seguían rutas que sus antepasados dejaron indicadas en los geoglifos hechos con piedras acumuladas una sobre otra en las laderas de los cerros y quebradas.
En estos desplazamientos era una costumbre que los hombres andinos mascaran hojas de coca, mezcladas con una especie de ceniza, a fin de contrarrestar la fatiga, el hambre y la sed.

En los valles más bajos vivían otros grupos de origen aimara. Uno de ellos eran los pacajes, que habían sido enviados por su señor desde la ribera sur del lago Titicaca a colonizar esas tierras y cultivar maíz. Debían enviarle ese producto a fin de elaborar chicha, bebida indispensable en las ceremonias religiosas y relaciones sociales.
En los valles de Lluta, Azapa y en la quebrada de Camarones vivían los coles, descendientes de los primeros agricultores instalados en la zona, en pequeñas aldeas con casas de adobes o cañas. Cultivaban maíz, porotos, zapallos, ají, camote y árboles frutales como el lúcumo.

Los Aónikenk

En la patagonia habitaban los aónikenk, que también han sido denominados patagones o telehuenche. Es probable que fueran parientes de los selk'nam, pues sus costumbres eran similares, aunque hablaban un lenguaje diferente. Cazaban guanacos y ñandúes con boleadoras, arco y flechas, y recolectaban todo tipo de raíces y semillas silvestres.
Se vestían con capas de piel de guanaco sujetas a la cintura con una faja y cubrían sus pies con una especie de grueso mocasín. Se depilaban el cuerpo y lo adornaban con dibujos en colores negro, rojo y blanco. También se tatuaban los antebrazos, quemando la piel con varitas ardientes.
Cada linaje tenía su jefe y su territorio. La presencia de extraños motivaba cruentas luchas. Al igual que entre los selk'nam, había hombres que desempeñaban el oficio de chamán. Sus creencias mágico-religiosas eran, sin embargo, más sencillas. Sólo se reducían al convencimiento de que en su mundo actuaban espíritus buenos, causantes de las alegrías, y malos, que provocaban daños, enfermedades y la muerte. Sepultaban a los difuntos en compañía de sus armas, utensilios y adornos, en tumbas excavadas en la tierra o en cuevas que cubrían con piedras.
Debido a su alta estatura (1.75 metro, promedio para el hombre), en comparación con la de los europeos (1.55 metro), fueron considerados gigantes por los Magallánicos, al observar las enormes huellas que dejaban sus pies cubiertos con cueros en la arena. Por eso los denominaron patagones y llamaron Patagonia a la tierra en que vivían.

Los Pehuenche

Al sur de los Chiquillanes, y por toda el área donde crecían las araucarias, se desplazaban los pehuenche o "gente de la araucaria". Eran altos y delgados, cubrían su piel con grasa de animal y la adornaban con pinturas azules. Los varones llevaban un moño sobre la cabeza, afirmado con una malla de fibras vegetales, en el cual ensartaban sus flechas. También cruzaban la cordillera en verano, para asaltar o intercambiar bienes con los mapuche.
Su alimantación provenía esencialmente de la caza de guanacos  y de la recolección del pehuén o fruto de la araucaria, que conservaban en depósitos subterráneos cubiertos de agua. Pasaban los inviernos en cuevas o tolderías protegidas con pieles de guanaco.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Los Chiquillanes


En el sector cordillerano desde Santiago hasta la altura de Chillán se localizaban los Chiquillanes, cazadores recolectores que deambulaban por los valles orientales de este. Cazaban guanacos, ñandúes, pumas y otros animales. Como los anteriores, se cubrían con pieles. Practicaban el infanticidio femenino, por lo cual acostumbraban caer en verano sobre las rucas mapuche, para robarles mujeres y alimentos. Otras veces intercambiaban ambos por plumas de ñandú o sal que obtenían de las salinas patagónicas.