
Al sur de los Chonos, y hasta el estrecho de Magallanes, habitaban los Alacalufes. En su lengua, hoy casi desaparecida, estos se autodenominaban Kaweshkar, que quiere decir "hombre", gentilicio que los identificaba como miembros del grupo que navegaba en aquéllos sectores.
A diferencia de sus vecinos del norte, los Kaweshkar eran verdaderos nómadas del mar. Navegaban entre canales y fiordos que serpenteaban islas y archipiélagos casi inhabitables, pues la mayoría carecía de agua dulce y los árboles llegaban hasta la misma costa, dificultando su acceso.
Su verdadero hogar lo constituía la canoa, hecha de corteza de árbol cosida a un armazón de palos. Era lo suficientemente amplia como para albergar a la familia nuclear, conformada por cuatro o cinco personas: el marido, una o dos esposas y un par de hijos, además de un perro. En su construcción colaboraban el suegro y el yerno, pero pertenecía a la mujer, constituyendo el espacio privado femenino. Ella remaba y los hijos se preocupaban de mantener viva la fogata. Colocada sobre una capa de musgos, esta ardía en uno de los extremos de la embarcación, protegida con un toldo de cuero.
El fuego les permitía calentar sus alimentos, que en gran porcentaje provenían del mar (moluscos, crustáceos, peces, lobos marinos) y aves. Choros, cholgas y almejas se abrían con el calor, por lo que no requerían de instrumentos especiales para separar las conchas. También constituía, en la noche, una fuente de abrigo y una buena señal para evitar el choque entre dos canoas que coincidían en el mismo lugar.
Cuando amanecía, la mujer remaba hacia los roqueríos de las islas, para dejar al esposo e hijos varones. Estos permanecían allí todo el día, cazando o pescando. Además, solían recolectar raíces y plantas silvestres, aunque no eran muy aficionados a los alimentos de origen vegetal. La mujer, en el intertanto, dirigía su canoa hacia aguas bajas, donde mariscaba o buceaba con un canasto colgando al cuello, para extraer langostas y erizos. Esta tarea era solo femenina, pues los hombres no sabían nadar. Poco antes del anochecer, remaba hasta donde estaban su marido e hijos, para recogerlos, comer y pasar la noche en la canoa. Si esta se volcaba a causa de tormentas o vientos, los varones morían ahogados. Para protegerse del frío, cubrían sus cuerpos con grasa de lobo marino. Por eso andaban casi desnudos a pesar de las bajas temperaturas. Una especie de capa de cuero de nutria o de lobo marino, anudada al cuello, los protegía de las frecuertes lluvias.
A la llegada de los Españoles se calcula que había alrededor de 2.500 Alacalufes; se estima que en la actualidad aún quedan sobrevivientes mestizos de este pueblo, siempre dedicados a la busqueda de alimentos en las costas y mar, a bordo de canoas y también de botes copiados o comprados.